Rocamadour y Martín Romaña se conocieron luego de una función de un conocido prestidigitador en París. No estaban maravillados con la performance del artesano, pero sí con su manejo del
trabajo, parecido al de un
croupier. Martín ya era un egresado universitario y a pesar de que Rocamadour no lo era, se había
educado para caminar despacio. Cuando uno se encuentra solo, decía, el ruido es un intruso y nadie quiere
asustarse de sus propios pasos.
Debido a ello, en ocasiones se
perdía en medio de su silencio. Aunque en realidad, nadie lo tomaba como una desaparición, o un tiempo perdido que reclamaba su lugar, sino más bien como un
destierro de su propia presencia.
Mucho tiempo después, incluso Martín acostumbraría perderlo de vista y Rocamadour tendría la impresión de haber
muerto nuevamente, como aquella primera vez. Hasta que Martín volviera a invitarle otra botella de cerveza y ambos
retornaran de ese tiempo perdido. Prolongarían ese juego durante muchas noches, divertidos con la
luna negra de los anteojos de Martín y las ausencias de Rocamadour.
Dado que ambos no tenían mucha noción del
tiempo, tengo la impresión de que sería necesario que Oscar Bronski detuviese esos juegos llegado el
viernes, para salir, esta vez bajo la excusa de un calendario no laborable. Brindarían y bailarían, en medio de la
revolución de sus cuerpos cansados y agitados por desafiar sus respectivas historias. Saldrían a destiempo a incendiar catedrales y
peluquerías. A iniciar una campaña en Montepellier y terminarla en
España. Hasta que juntos recordaran que, de su
lado, hay más silencio que del nuestro.
Title courtesy by: Blur - Parklife (Capitol, 1994)